Nos queda un mes aquí y ya es hora de retomar algunas entradas que han quedado atrasadas... En esta última etapa queremos publicar alguna que otra cosilla que hemos ido dejando y que pensamos son interesantes para todo aquel que nos sigue y, sobre todo, porque esto será un recuerdo que nos quedará a nosotros para siempre.
Pues hoy toca hablar de las visitas que hicimos a los países vecinos (Guatemala y Honduras). Para que os ubiquéis, estamos hablando del primer y segundo fin de semana de agosto.
- GUATEMALA
Este viaje surgió porque un grupete de la comunidad nos invitó a ir con ellos para visitar Antigua Guatemala. El plan era alquilar un micro-bus y poner rumbo a nuestro destino el viernes por la tarde, pero el plan se modificó porque murió el abuelo de dos de los que venían y tuvimos que esperar a la mañana siguiente para que pudiesen asistir a la vela. D.E.P.
Amanecimos el sábado y nos pusimos al lío. El viaje duró un vergo, como dicen aquí... y llegamos a Antigua Guatemala al anochecer. Y aquí, antes de seguir con el relato, decir que aunque las distancias sean largas, también se disfruta en los trayectos. Aún nos reímos del golpazo que se dio Emilio en la cabeza. Una vez allí, buscando y buscando entre calles históricas, al fin encontramos el hostal en el que nos hospedábamos. Un lugar tranquilo y agradable. Decidimos dejar todo en las habitaciones y salir a cenar para relajar y empezar a disfrutar, y así lo hicimos. Volvimos y dormimos.
Como el viaje se acortó debido a la vela, a la mañana siguiente nos levantamos bien luego (pronto) para aprovechar todo lo posible nuestra visita exprés. Después de un desayuno típico mu' rico, empezamos por la plaza central, en la cual nos envolvió la cultura Guatemalteca, pues nos encontramos con mujeres con rasgos indígenas y trajes típicos que vendían artesanía en los alrededores.
Después continuamos nuestra ruta vagando por la calles y viendo catedrales, iglesias, restos históricos... para terminar el paseo en el cerro de la cruz. Un cerro en el que, como su propio nombre indica, hay una cruz y desde el que se puede ver toda la ciudad con el volcán de fondo. Original.
Al bajar del cerro, nos fuimos directos al Arco de Santa Catalina, pues no nos podíamos despedir de la ciudad sin visitar uno de los lugares más reconocidos de la misma. Después de hacer algunas fotos nos metimos en una especie de nave enorme que estaba llenitíta de artesanía, ropa típica y miles de volados (cosas) que te atrapaban en el consumismo. Compramos algún que otro regalillo y nos fuimos a comer. Después de la comida nos dio tiempo a dar un último paseo por el mercado y finalmente, a eso de las 15.00, agarramos de nuevo el micro-bus para volver a Las Flores.
Y hasta aquí, Guatemala.
- HONDURAS
Este vacil nada tiene que ver con el anterior. Esta vez, acompañados de Juancho y Lupe, cruzamos la frontera con Honduras por un punto ciego. Es decir, que llegamos en carro hasta Arcatao (municipio limítrofe con Honduras) y de ahí nos cruzamos a Honduras a pata. Sí, a pata.
Esta caminata fue una propuesta de Lupe, ya que él acostumbra a hacerla porque va a visitar a sus padres cada cierto tiempo, los cuales viven en El Cordoncillo (departamento de Lempira), un pequeño cantón que se encuentra perdido entre montañas.
Pues bien, comenzamos a ascender el cerro a eso de las 6.00 de la mañana. Es muy curiosos andar por allí, porque te encuentras con un flujo constante de gente que cruza de El Salvador a Honduras y viceversa. Bueno, después de andar hacia arriba durante una hora más o menos, hicimos una paradita para echar un trago de agua.
De ahí en adelante la ruta se hizo más llevadera, pues ya no era todo cuesta arriba, sino que el terreno se estabilizó y no nos cansábamos tanto... ¡ya no tenemos edad para esos trotes! Y después de un largo camino por la montaña, cruzamos la mera (no sabemos traducir esto al castellano) frontera. Con unas vistas increíbles, podías tener un pie en Honduras y el otro en El Salvador...
A partir de ahí, que pensamos que ya estábamos cerca, aún quedaba lo peor, o lo mejor, según se mire. La cosa es que Lupe quería pasar por Valladolid, un municipio del departamento de Lempira, para visitar a unos familiares, así que en vez de agarrar el camino directos a El Cordoncillo, tuvimos que dar un rodeo que, para ser honestos, fue más largo de lo esperado... aunque andando por aquí disfrutas y además tuvimos la oportunidad de conocer Valladolid y de paso tomar un café acompañado de plátano frito con la tía de Lupe, una mujer que nos atendió como aquí acostumbra a hacerlo todo el mundo, con un cariño, una ternura y una humildad que caracteriza las zonas rurales de estas regiones.
Con la tripa llena pusimos de nuevo rumbo a nuestro destino. Atravesamos calles, caminos, tierras de cultivo, sendas montañosas, praderas, más caminos... y por fin, sobre las 12.30, llegamos a casa de los viejitos. Una vez allí comenzamos a platicar y nos empezaron a ofrecer comida que recibimos con gusto. Nos descalzamos, pusimos las hamacas y nos relajamos.
Pasamos la tarde hablando, aprendiendo y paseando por las tierras que tenían alrededor. Al llegar la noche, cada cuál dispuso su hamaca y a dormir. No creo que olvide nunca el frío que pasé. Sergio fue más listo, pues se fue a una de las habitaciones y durmió como un rey.
Al despertar, ya nos esperaba el café con el bizcocho casero... Teníamos que aprovechar la mañana, ya que después de comer volvíamos a repetir la ruta, esta vez, en sentido contrario. Lo que hicimos entonces fue aprender las tareas del hogar: estuvimos moliendo maíz para la masa de las tortillas; nos fuimos a cortar caña para sacar el jugo; sacamos filo a nuestros corvos; comimos guineos bananos, anonas y no se que más frutas; y por supuesto, como fuimos en la mera época de los elotes (mazorcas de maíz), nos pusimos a pelar un gran montón de esas mazorcas para hacer comidas típicas.
A la vuelta fuimos más listos y lo que hicimos fue llamar a una especie de moto-taxis que nos acercaron hasta la frontera con El Salvador. Por supuesto que tuvimos que andar bastante, pero nada que ver con la ida.
Bueno, la verdad es que es una de estas experiencias que jamás olvidas y que no puedes transmitir como te gustaría, pues el hecho mismo de estar en Honduras, con amigos salvadoreños, en casa de unos señores que puede ser que no vuelvas a ver en tu vida y que te tratan como si fueses su nieto... es algo, como digo, que solo tú puedes apreciar y valorar.
* Entrada dedicada a la mara con la que disfrutamos cada experiencia. Gracias.
¡Os vamos a extrañar!
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